jueves, 23 de agosto de 2007

EL SIMBOLISMO


El origen del término se remonta al manifiesto publicado por J. Moréas en el suplemento literario de Le Figaro (18 de septiembre de 1886). El Simbolismo hunde sus raíces en la obra poética de Ch. Baudelaire, cuyas Flores del mal (1857) contenían ya en germen sus postulados esenciales: oposición declarada al realismo, al positivismo y al espíritu científico y concepción del mundo como un misterio que el poeta ha de desvelar alterando su inteligibilidad, suspendiendo el juicio lógico y penetrando en los dominios del ensueño y del subconsciente. La obra de Baudelaire, además, lograba la síntesis de las dos tendencias fundamentales del movimiento: una dimensión parnasiana, a través de la búsqueda de una belleza ideal, y otra decadente, manifestada en la atracción por lo artificial y lo perverso. En 1884 la novela de Huysmans A contrapelo y el ensayo de P. Verlaine Los poetas malditos dieron una celebridad tardía a S. Mallarmé, quien, a partir de 1886, celebró en su casa unas tertulias a las que acudían jóvenes como H. de Régnier y F. Viélé-Griffin. A estos nombres hay que añadir otros en los que Simbolismo y decadentismo van muy unidos: A. Rimbaud, Ch. Cros, T. Corbière y J. Laforgue. La fase de mayor actividad del movimiento se sitúa entre 1885 y 1897, cuando a las obras de sus miembros franceses vinieron a sumarse el teatro simbolista del belga M. Maeterlinck y los poemas de su compatriota E. Verhaeren. Tras la muerte de Verlaine (1896) y de Mallarmé (1898), el grupo perdió cohesión y tendió a dispersarse. Sin embargo, su herencia fue recogida por importantes escritores, como P. Claudel, P. Valéry y G. Apollinaire, y, a través de ellos, ejerció su influencia en los primeros movimientos de vanguardia. El Simbolismo también se incorporó a las diversas literaturas europeas (O. Wilde en Gran Bretaña, S. George en Alemania, K. Hamsun en Noruega, G. Brandes en Dinamarca) y renovó, de forma muy especial, el estancado panorama literario español, gracias a la influencia que ejerció en la obra del nicaragüense R. Darío.